Por Julio C. Gambina
El proceso electoral en Bolivia, Brasil y
Uruguay pone en discusión los modelos de desarrollo en la
región, el presente, el pasado reciente y el futuro.
Incluso, la Argentina, a un año de la
elección para renovación de autoridades nacionales abre el
debate sobre el rumbo económico, el modelo productivo, el
patrón de consumo y los beneficiarios de la estrategia o
rumbo civilizatorio, incluso más allá del orden capitalista.
Desde el discurso mayoritario se sostiene una
polémica que atrasa, entre mercado y estado, como si fueran
aspectos autónomos o contradictorios. En un marco más
reducido, la discusión pretende ir más allá para discutir
otro orden económico de la producción y circulación de
bienes y servicios, de las relaciones de intercambio y el
consumo, más pensado en satisfacer necesidades amplias de la
mayoría más desprotegida
Para que se entienda, debemos preguntarnos
quien fue el que habilitó la liberalización de la economía
local o mundial en las últimas cuatro décadas, es decir, el
proceso de apertura de las economías, flexibilizando
fronteras para la circulación de mercancías, servicios o
capitales. El Estado ha sido el gran protagonista, quién
sentó las bases institucionales de un cambio reaccionario
que se remonta a las leyes de inversiones externas o de
entidades financieras, en un marco de endeudamiento estatal
deliberado que condiciona el presente.
Es más, el Área de Libre Comercio de las
Américas, ALCA, cuyos principales beneficiarios eran los
grandes capitales transnacionales, era negociada por los
Estados nacionales. Del mismo modo que el Estado legisló
múltiples tratados internacionales en defensa de la
seguridad jurídica de inversores externos y para estimular
la libertas de comerciar. Fue el Estado en tiempos de la
dictadura que generó las condiciones originarias de
posibilidad para consolidar desde el Estado en los años 90
del siglo pasado la reestructuración regresiva del orden
capitalista local, reforma constitucional mediante, en
condiciones similares en la economía regional y en el mundo.
Son los Estados los que organizan las reglas
más o menos liberalizadoras del mercado y por eso interesa
distinguir el carácter social, político y cultural que
adquiere el Estado capitalista, o dicho de otra forma,
distinguir en su seno las distintas correlaciones de fuerza.
Para que se entienda lo que decimos vale pensar en términos
políticos, que es lo que definió recientemente Bolivia con
el triunfo del partido en el gobierno, y lo que hoy definen
las elecciones de Brasil (segunda vuelta) y la Uruguay
(primera vuelta), y lo que anticipa la temprana campaña
electoral en la Argentina hacia octubre del 2015.
Incluso para ser más complejo el análisis,
convengamos que Bolivia define en su Constitución el
carácter plurinacional del Estado boliviano. Lo plural
connota el objetivo civilizatorio de organización económica,
política y social más allá de lo visible institucionalizado
desde los tiempos de la independencia política ante el orden
colonial. Ello supone el rescate de la cultura de los
pueblos originarios, en un intento de síntesis de lo diverso
contenido en las culturas civilizatorias contemporáneas, lo
que se sustenta como estrategia de desarrollo en el vivir
bien, o si se quiere en una perspectiva más amplia del
socialismo comunitario del vivir bien.
Destaquemos que esa discusión no está
contenida en el presente debate del proceso electoral
brasileño, uruguayo o argentino. Estos están más urgidos por
otra agenda, asociada a la posibilidad de sostener políticas
que promuevan consensos renovados a una estrategia que sin
modificar las condiciones institucionales y estructurales de
los cambios acaecidos en las últimas décadas, promuevan
iniciativas políticas y económicas de inserción protagónica
en el orden capitalista contemporáneo. Brasil intenta ser
parte de la disputa hegemónica del orden global desde su
asociación privilegiada con China en los BRICS. Uruguay,
desde los límites que le imponen los socios mayoritarios en
el Mercosur, intenta juego propio en otros escenarios de la
integración, incluyendo atractivos de valorización
capitalista a inversores de Brasil o Argentina. Ambos
procesos y la Argentina están discutiendo, desde el debate
mayoritario, una inserción más o menos funcional a la
hegemonía del libre comercio sin poder discutir un más allá
del orden civilizatorio.
La discusión se procesa en condiciones de
retracción de la actividad económica, local y global. El
debate se angosta a las formas del ajuste económico y la
distribución social del costo en su ejecución. Por eso el
titular de la UIA alude a la ideología del “modelo
económico” en la Argentina. Es un diagnóstico pronunciado en
el coloquio de empresarios en Mar del Plata y que demanda
como parte del colectivo empresarial, interesado en
restablecer la tasa de ganancia, un clima de consenso,
también ideológico, para una intervención estatal favorable
a sus negocios. La pretensión de objetividad es negada desde
la propia formulación para que el Estado sirva a los
intereses del sector privado de la economía, una máxima de
principios en los años noventa.
Pretendemos diferenciar como Bolivia y otros
procesos en la región, desde sus concepciones de lo plural y
una agenda para el desarrollo que dialoga desde una
temporalidad de más largo alcance, pretende intervenir más
allá del régimen del capital. Ni hablar de Cuba que se
propone otro debate para el desarrollo desde su experiencia
por el socialismo y que esta semana albergó en La Habana un
encuentro del ALBA-TCP para aprobar una estrategia
alternativa al combate al Ebola, con médicos y profesionales
de la salud, más aportes en medicamentos y recursos
monetarios para la emergencia sanitaria, que contrasta con
el ejército de marines estadounidenses.
Apuntamos a destacar que discutir el orden
económico supone definir rumbos de desarrollos, más allá del
mercado y de las ganancias, para pensar en satisfacer
variadas necesidades locales y mundiales.
Buenos Aires, 26 de octubre de 2014
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